De mis crespos a mis barbas…
Mirando al niño de cara angelical sesenta años después… Tarjeta de Bautizo, y del estudio de José Yevara en 1941 al púlpito de Santo Tomás del Paraninfo del Palacio de las Academias en 2001, en ocasión de mi recepción como Individuo de Número de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela.
De mis crespos a mis barbas…
Pero es que la cosa no se queda ahí… a mí como que siempre me han perseguido las pelambres. La fotografía que me tomó a los tres años el paisano y fotógrafo José Yevara, firmada en árabe y en español, siempre fue para mí motivo de no disimulada vergüenza. Sentadito, de crespos de pelo rubio, con las piernas cruzadas, mi trajecito de terciopelo rojo con botones en interrumpida hilera, mi cuello y mangas de carpeta, que eran motivo de sorna por parte de mis hermanos; de eso sí que me acuerdo, ¡Cómo se burlaban de mí…! No eran los tiempos del conductor de orquestas Dudamel ni del exministro Genatios en que los hombres visten rulos; eran entonces costumbres pueblerinas donde se dejaba el cabello largo a los niños para librarlos de qué se yo cual conjuro o maleficio, como amuleto de buena suerte, o para que el cabello creciera fuerte, o para que uno nunca se quedara calvo, y quizá en mi caso, como una promesa hecha durante el penoso proceso del trabajo de mi parto en podálica, una ofrenda al Corazón de Jesús por haberme permitido aflorar a la vida…
Sobre un baúl cubierto por un peludo cuero, quién sabe de qué animal, muestro una cara serena, tranquila y obediente; pero, además ese preciso día, el 14 de julio de 1941 -lo supe al mirar dentro de la caja contentiva de sus despojos-, significó el de la liberación de la agonía del peinado de mis rulos –no muy masculinos que se dijera pensaba entonces- pues fue el mismo día en que mi mamá me los cortó liberándome de mi bochorno…
En una cajita de Jabón Bohemia, cuidadosamente colocados mis rizos de cabello claro (mi papá me llamaba ¨El Catire¨). Mi madre se los regaló a Graciela, mi esposa, el día de nuestra boda (en la tapa se lee, ¨rizos del niño Rafael Muci¨ y la fecha, 14.o7.1941).
Siempre le recriminé por habérmelos dejado, pero mi necedad no era tomada en cuenta por ella; me decía que en su llano nativo era costumbre que los niños llevaran crespos y que no era que ella se hubiera empeñado en mariconearme como yo decía, pues ya tenía tres hijas hembras y otros de mis hermanos mayores también habían lucido la moda de los niños de la época, pero de ello no había quedado prueba fotográfica como en mi caso… Quiso ella dejarme un recuerdo para mí y para mis hijos y nietos, así que los acomodó amorosamente en una caja de Jabón Bohemia y entre los aromas que de ella aún emanaban, los mantuvo celosamente guardados y preservados.
El día en que me casé, el 26 de junio de 1965, virtualmente se desprendió de mí, me dejó montar vuelo y con orgullo me entregó y se los entregó definitivamente a Graciela… por ahí ella los guardó, pero con razón, a nadie le interesarán ni rulos ni crespos cuando yo brinque la talanquera…
¨La barba es la hermosura de la cara,
y la esposa, es la alegría del corazón del hombre¨
R´Akiva, Eicha Rabbah
“A man without a mustache is like a cup of tea without sugar”.
“Kissing a man without a mustache is like eating an
egg without salt¨.
– R’ Akiva, Eicha Rabbah
El otro asunto es la barba que visto… En el tiempo hubo un desplazamiento distal desde mi cabeza hacia mi cara; se me chorreó el cabello pues…
A lo largo de la historia y en las diferentes culturas, a los hombres barbados se les ha atribuido sabiduría, potencia sexual o elevado status social, pero a la inversa también se les ha endilgado falta de higiene o refinamiento, afectación y excentricidad.
Al son de los tiempos, la barba o perilla, ha tenido mucha importancia en diferentes culturas, sobre todo en el pasado [1]. Un pequeño libro que me regalara mi alumna colombiana, barranquillera, la doctora Maria Cabarcas, intitulado ¨The philosophy of Beards¨, escrito por Thomas S. Gowing y publicado en Londres (1854) y reimpreso en 2014,jhnhjn con la siguiente dedicatoria: ¨El arte de enseñar , es el arte de ayudar a descubrir¨, con todo cariño para mi gran maestro, el doctor Rafael Muci Mendoza…¨ , me permite aprender muchos hechos acerca de la barba que desconocía: Nótese que muchos años nos separan de cuando fue escrito y las costumbres eran otras. Entre otras cosas destaca que la barba puede ser definida en su completa extensión como todo el pelo visible en el espacio bajo los ojos, cruzando las mejillas en un arco invertido avanzando hacia el labio superior e inferior, cubriendo el mentón arriba y abajo y colgando frente al cuello y la garganta. El cabello de la cabeza difiere de aquel de la barba; en todas las épocas ha sido un símbolo de virilidad. Dice el citado Gowing (1854), ¨Si las barbas son tan necesarias para los hombres, ¿las mujeres no tienen ninguna provisión de este tipo? La razón que considero es esta, que son mujeres y, en consecuencia, nunca intentaron estar expuestas a las dificultades que los hombres están llamados a sufrir. La mujer fue hecha como una ayuda para el hombre, y fue diseñada para que el hombre, a cambio, la protegiera hasta el máximo de su poder de aquellas circunstancias externas que es su deber enfrentar audazmente. Su cabello crece naturalmente más largo, y en el estado salvaje están acostumbradas a dejarlo caer sobre el cuello y el hombro. Incluso, se dice que las antiguas mujeres atenienses y lombardas acompañaban a sus maridos al campo de batalla con el cabello dispuesto de tal manera que imitaran una barba. Dos casos excepcionales de mujeres barbudas no deben ser pasadas por alto; uno, el de una mujer soldado del ejército de Carlos XII, que fue tomada en la batalla de Pultowa, donde había luchado con un coraje digno de su barba; el otro, el de Margarita de Parma, la célebre regente de los Países Bajos, hija ilegítima de Carlos I de España, que concibió que la barba impartía tal dignidad a su apariencia, que decía, nunca permitiría que se tocara un pelo de ella¨.
El pelo de la barba crece a razón de 125 a 150 mm por año y se ha calculado que un hombre puede invertir a lo largo de su vida, un promedio de tres mil horas afeitándose. Los egipcios se rasuraban la cabeza y la barba: 3000 a 1580 antes de Cristo, se dejaban crecer la barba solo en la barbilla. Los persas eran aficionados a las largas barbas. Para los celtas de Escocia e Irlanda los hombres solían dejarse crecer la barba dándoles forma circular, e incluso el hecho de no tener vello facial era visto a menudo como deshonroso al considerarse un signo de virilidad y libertad, y por tanto, los esclavos eran obligados a recortársela; los pueblos germánicos también la tenían en alta estima.
Los antiguos griegos consideraban la barba como símbolo de virilidad habiendo adquirido un significado quasi santificado. Sólo se rapaba como señal de duelo. Posteriormente, ellos y los romanos adoptaron la costumbre hacia el año 330 a.C. durante el reinado de Alejandro El Grande, rey macedonio. Durante el Imperio Romano, una sociedad militarista, surgió el afeitado como necesidad. Por ser un pueblo guerrero, los soldados eran obligados a rasurarse para evitar que en los combates de cuerpo a cuerpo, el enemigo tirara de ellas durante las batallas [2]. Se incitaba entonces a los soldados a afeitarse como una medida defensiva. Los miembros de la religión Sij tienen prohibido cortar el cabello y la barba durante toda su vida pues consideran la barba como parte de la dignidad y nobleza de su masculinidad.
La Torá prohíbe cortar la barba con una navaja, no obstante, se puede emplear sin inconveniente las tijeras o máquinas de afeitar, cuyas cuchillas no son como las navajas, y también cualquier otro sistema que no requiera apoyar el filo de un cuchillo sobre el rostro.
En el Burchardus 1160, el abad del monasterio de los cistercienses de Bellevaux escribió un tratado sobre la barba. En su opinión, la barba era apropiada para los hermanos laicos, pero entre los monjes no se sugería para los sacerdotes. En la Edad Media, los germanos invadieron los antiguos territorios romanos y la barba volvió a la moda. Posteriormente varió con los tiempos, en el siglo XVI era muy frecuente ver hombres barbados. A medida que el afeitado se expandió por todo el mundo, los hombres de sociedades barbadas fueron llamados “bárbaros”. En los siglos XVII y XVIII el péndulo de la moda viró hacia el afeitado. Ya en el siglo XIX muchos volvieron a dejar de rasurarse, pero la gran mayoría sólo lucía un bigote.
Pero no solo está allí como un signo externo así que posee por sí funciones particulares y quizá la más importante es protegernos del frío y repeler la humedad origen de enfermedades y ervir como mal conductor del calor y la electricidad. Además, las entradas de los pasajes del aire hacia los pulmones son protegidos por los bigotes, que no solamente calienta el aire inspirado, pero ademas -como antes se dijo-, filtra la humedad superflua, el sucio y el humo y crecer de esta protección equivaldría a afeitar las cejas y extraer las pestañas.
Durante la década de 1850, ocurrió un cambio dramático en la popularidad de la barba convirtiéndose en más populares aún. Así, las barbas fueron adoptadas por muchos líderes, tales como Alejandro III de Rusia, Napoleón III de Francia, Federico III de Alemania, así como estadistas y personalidades de la cultura, tales como Charles Dickens, Giuseppe Garibaldi, Karl Marx y Giuseppe Verdi. Esta tendencia puede ser reconocida en Estados Unidos, donde podemos ver el cambio de patrón entre los presidentes posteriores a la Guerra Civil. Antes de Abraham Lincoln, los presidentes estadounidenses no usaban barba, después de Lincoln hasta William Howard Taft, cada presidente, excepto Andrew Johnson y William McKinley, llevaban barba o bigote. Los siglos XX y XXI trajeron el fin al formalismo de afeitarse…
Hoy día, normalmente los varones occidentales se afeitan la barba, toda o parcialmente, y hasta se permiten un sexy ¨medio afeitado¨ que antes era el signo azariento de un día de guardia, baleados, insomnio y falta de baño, o una evidencia de descuido, dejadez, miseria o suciedad. La práctica del afeitado de piernas, axilas y aún más abajo en la mujer, vino tiempo después y ahora artistas y deportistas masculinos -especialmente nadadores- también se afeitan el cuerpo…
En épocas remotas el hombre utilizaba rudimentarias formas de afeitarse con pedernales o conchas de caracoles; luego experimentó con cuchillas de bronce, cobre y hojillas de hierro. ¡Había que ser pues muy macho para aceptar el suplicio de afeitarse! En más reciente épocas, se empleó la afeitadora recta de acero, llamada por razones obvias la “corta cuellos”, que debía ser amolada por el dueño o por el barbero sobre una correa de cuero que pendía de la silla de afeitar o con una piedra de amolar; estas ¨armas¨ requerían considerable experticia para evitar una herida seria. En mi casa mi padre tenía una piedra de amolar que aún conservo y que muestra el desgaste de decenios de fricción.
En 1895 después de varios años de considerar y rechazar posibles inventos, King C. Gillette mientras se afeitaba una mañana tuvo repentinamente la brillante idea: una hojilla completamente nueva. segura, barata y desechable [3]. El 15 de noviembre de 1904 con la patente #775-134 le fue garantizada a Gillette la patente por una afeitadora ¨segura¨. El éxito puede juzgarse por el popular nombre de Gillette (yilet) con que se designa hoy día cualquiera de estos adminículos.
La Gillette Safety Razor Company se transformó en la acaparadora de los primeros clientes. El fin de la Segunda Guerra Mundial conspiró para popularizar el vello facial corto y el afeitado limpio como único estilo aceptable para las venideras décadas. En las películas americanas se observaba desde hacía mucho tiempo que existía una estrecha y coherente correlación entre el vello facial y la función del actor; aquel que tenía la barba más poblada, era más probable que fuera el antagonista, en tanto que la que la lucía más más lampiña era el protagonista. En años recientes, ha ocurrido todo lo contrario, no hay una pauta, no hay un patrón…
Por cierto, viene a mi mente la imagen de mi padre rasurándose frente al espejo del baño cada mañana a las 6:45 am. No era una barba muy tupida; primero empleó una navaja de barbero, luego su máquina Gillette desarmable. Usaba una brocha de pelo de camello, y luego de empaparla con jabón de afeitar Yardley que venía en una elegante taza de color crema, y distribuirla con fruición por todo el rostro y cuello, pasaba la hojilla por su cara en diferentes direcciones, una y otra vez, comprobando a cada momento con sus dedos, si quedaban cañones que debían ser eliminados, así que la piel le quedara totalmente lisa.
No era infrecuente ver su piel muy brillante y sin arrugas con un rocío de menudas gotitas de sangre, un rocío hemorrágico (en la psoriasis, el rasurado de una lesión deja una superficie eritematosa exudativa en la que aparecen unos pequeños puntos hemorrágicos –Signo de Auspitz-, que reflejan la presencia de capilares dilatados ocupando las papilas dérmicas.). Luego, cuando me acercaba a besarlo, podía apreciar la tersura de su cutis, muy liso y sin arrugas. Yo adopté el mismo sistema. Me afeitaba antes del baño procurando que la piel quedara totalmente rasa, lisa y tersa, y sin ningún cañón. Luego, al introducirme en la ducha, el ardor que sentía era terrible, pero desaparecía a los pocos momentos del enjabonado. Cuando salió al mercado la hojilla llamada “Sensor Excel®” (1995) –ahora de tres hojillas- más que nunca comprendí y celebré los progresos de la tecnología y disfruté la afeitada como una actividad placentera y segura. A pesar de pasar la navaja una y otra vez por la piel, por rareza ocurre una cortadura y el ardor posterior es muy escaso o no existe. La Gillette Fusion 5® tiene 6 hojillas, bascula y la afeitada es una delicia.
A través del ventanal del 5º piso del Hospital Moffitt en la Universidad de California San Francisco, se apreciaba una mañana esplendorosa, tranquila y limpia, y a lo lejos las dos torres color naranja del Golden Gate Bridge; el momento menos apropiado para un comentario desconsiderado: No olvido que en esa ocasión, en 1978, el doctor William F. Hoyt M.D., profesor emérito de la Universidad y mi mentor norteamericano en neurooftalmología, en mi propia cara y mirándome fijamente a los ojos, me espetó que su preceptor Frank B. Walsh, M.D. (1895-1978) padre de la neurooftalmología norteamericana y quien había fallecido meses antes de un adenocarcinoma pulmonar de células pequeñas, le había dicho que desconfiara de los hombres con barba… Su comentario me tomó por sorpresa… Un señalamiento muy agudo, directo y no muy apropiado para alguien de 38 años, medio paranoide, que tan lejos del lar nativo comenzaba a dar pinitos en la superespecialidad en medio de dificultades del idioma y de tanto saber desconocido.
Creo que el tiempo le demostró que yo no solamente había sido una persona responsable, decidida y confiable, sino que también mi lealtad y amistad han permanecido inquebrantables hasta el momento de su fallecimiento hacia quien propició un cambio radical no sólo en mi vida, sino en la de Graciela mi leal y amorosa compañera y mis tres hijos…
Muchas veces me preguntan que desde cuándo uso barba y por qué, y cuánto tiempo me toma arreglarla. No lo sé, no lo recuerdo; si sé que cuando mi hija Chelita, hoy de 44 años, tenía unos 3 años, me introducía su dedito índice a través de la barba a la altura del mentón y me preguntaba qué si yo era como todos los demás, que qué habia tras ella… ¿Por qué la uso? Tampoco lo sé; soy aferrado a las rutinas y creo que si me la afeito o la pierdo, ni yo mismo me reconocería.
Mi mamá siempre me decía,
-«! Rafael, quítate esa barba mijo, que te ves como un anciano…!». Yo le respondía que no me importaba y que no tenía pensado quitármela nunca y que, además, de pequeño en mi casa precisamente ella me llamaba el «viejo baja» sin que tampoco supiera el por qué ni su significado, de manera tal que ya desde siempre estaba acostumbrado a que me llamaran viejo.
En su momento el doctor Enrique Tejera Guevara, «el Sabio Tejera» (1899-1980), medico investigador venezolano, tropicalista, fundador del Instituto de Medicina Tropical, de barba corta, blanca y circunspecta y mordaz en sus comentarios [4], dijo,
-¨Hago del cuidado de ella –mi barba- un matutino ritual. No es posible que se lleve una barba lampiña, descuidada o ruinosa¨- . Además, recuerdo haberle oído responder por la radio a una periodista una vez que le hacía un comentario sobre lo bien cuidada que tenía su barba… Él le dijo con desenfado más o menos así,
-«La barba es como un jardín. No tiene sentido tenerla si no se cuida con esmero y dedicación. Yo nunca tendría una barba nauseabunda como la que desluce mi amigo el doctor Bartolomé Milá de la Roca…».
Este último fue nuestro severo profesor de Bioquímica en primer año de medicina, y recordando, pienso que el Dr. Tejera tenía razón… Se dice que él mismo se preparaba un menjunje de fórmula desconocida con el cual se fijaba su deshilachada y desaliñada barba…
Dr. Bartolomé Milá de la Roca, nuestro profesor de bioquímica de primer año.
Dr. Enrique Tejera Guevara (1889-1980), su mordacidad era un sello de su carácter…
Con relación al tiempo que le dedico en arreglarla, siempre respondo que el necesario… No obstante, el otro día le dije a uno que hizo la pregunta que tal vez unos 15 minutos y sólo una vez al día. Pues bien, tratando de contestar más exactamente tomé mi cronómetro de trotar para cuantificar el tiempo: Entre 8 y 10 minutos. Primero la peino en varios sentidos y luego uso un fijador o laca suave y transparente para fijarla.
Debo confesar que el cambio a través del tiempo se lo debo a los comentarios y sugerencias que me hace mi esposa Graciela. Inicialmente me aplicaba crema dental verde en los bigotes para mantenerlos fijos como manubrios de una bicicleta; ante los ojos de los demás aparecían entonces como oxidados. Luego utilicé una cera especial para bigotes (Clubman®) que compraba en USA, y al final cambié por la laca transparente. En general no me la afeito y sólo corto los pelos sobrantes…
Nunca he permitido que ni Graciela ni Nino, mi barbero de toda la vida me la arregle. Es cosa sumamente privada…
Como podrán imaginar, mi barba es la delicia de los niños durante las navidades que siempre se quedan viéndome fijamente al confundirme con Santa Claus –San Nicolás-. Cuando eso ocurre, les pregunto si hicieron su lista y si se comen toda su sopita: las respuestas merecen grabarse. Por cierto, el pasado 24 de diciembre de 2012 mi nuera Gabriela tuvo la ocurrencia de comprar para mí un atuendo de Santa, ¡Dígame yo que nunca me había disfrazado porque no me gusta! Al llegar al aeropuerto de Miami, fui llevado a una casa que estaba remodelando, allí me sorprendió con un outfit o atuendo de Santa Claus: Traje rojo con los puños y cuello de piel simulada, con un ancho cinturón negro, guantes blancos, polainas negras, gorro correspondiente y por supuesto… una prominente barriga postiza. Metimos los juguetes para los nietos en un saco ad hoc.
Graciela y ella tocaron al timbre y entraron a la casa en medio de la alegre algarabía de los nietos que preguntaban por qué yo no había venido… Esperé algunos momentos en el porche y luego toqué. ¡Jo, jo, jo! Qué espectáculo tan hermoso y conmovedor ver las caritas de asombro de mis nietos menores viendo a su Abu en esa vestimenta, lástima que nadie detrás de mí pudo recoger el feliz momento en una foto de sus caritas sonrientes. Repartí los juguetes en medio de los flashes de las cámaras de hijos y sobrinos y me fotografié con ellos. Me sentí por demás muy feliz y satisfecho… ¡Para algo había servido mi barba!
Todo era falso menos la barba, los anteojos y… la sonrisa de asombro de mis nietos
Pero lo bueno vino después; se entabló una discusión entre los menores: Valentina (5) la hija de Chelita dijo que su Abu no podía ser Santa, porque él no se dejaba ver… dejaba los juguetes y se iba. Matías (3) también hijo de Cheli asentó que yo no era Santa porque él vivía en el Polo Norte y yo vivía en Caracas. Terció la discusión Federico (5), hijo de Rafa quien pronunció que yo sí era Santa, lo que ocurría era que, si bien vivía en Caracas, tenía mi fábrica de juguetes en el Polo Norte…
El doctor J. Lawton Smith (1929-2011), el primer fellow en neurooftalmología que tuvo el doctor Frank B Walsh (1895-1978), el padre de la especialidad en los Estados Unidos de Norteamérica fue uno de mis mentores en la década de los 70s, aunque nunca tuve el privilegio de conocerlo. Desde su Unidad en el Bascom Palmer Eye Institute en Miami, vendía una serie de conferencias grabadas con el nombre de ¨Neuro-ophthalmology Tapes¨, 74 en total que pueden ser escuchadas en el siguiente enlace
http://novel.utah.edu/Smith/outline.php.
Mensualmente me llegaba un envío con varios casetes. Puedo decir entonces que fue mi primer maestro de la neurooftalmología pues el fin último de un maestro de medicina es generar imperecederas formas de enseñanza que incluyan la observación; así, sus ocurrencias o extravagancias tenían un extraordinario fin didáctico; sus conferencias llenaban los auditorios de médicos, residentes neurólogos y oftalmólos un público anhelante que entre carcajadas y serios comentarios aprendían sus efectivas y eficaces técnicas.
Dentro de sus perlas prácticas se incluía aquella que llamaba el ¨FAT-scan¨ -¨Family Album Tomography¨– u observación de secuencias de fotografías anteriores en álbumes familiares para hacer diagnósticos sobre la base de asimetrías en la posición palpebral, cambios en el fenotipo como acromegalia o enfermedad de Cushing o paralisis de nervios craneales sobre la base de desviaciones del cuello y la cabeza (rotación, inclinación de la cabeza, barbilla arriba o abajo).
Se me ocurrió entonces que podría poner mis fotos en perspectiva cronológica para apreciar el descalabro, que inmisericorde, el tiempo ha hecho sobre mi humanidad…
[1] Wikipedia. Available from: URL: http://es.wikipedia.org/wiki/Barba. Accessed August 18, 2011.
[2] Hace muchos años, durante un congreso nacional de oftalmología en Mérida, visité junto con mi esposa y otros asistentes, el Mercado Municipal de la ciudad. Un sitio muy pintoresco y atiborrado de gente sin casi espacio para caminar. En medio del gentío, me topé de frente con un hombre del pueblo de sombrero de cogollo ruñido, anciano él, de rala barba y de muy baja estatura. Me miró fijamente desde abajo y llevando raudamente sus manos hacia mi barba, la asió fuertemente y trató de desprenderla al tiempo que gritaba ¡Es de verdad, es de verdad…! No supe que hacer… si llorar del dolor o festejar, como luego lo hice, la dolorosa ocurrencia del viejito.
[3] Available from: URL: http://www.moderngent.com/history_of_shaving/history_of_shaving.php. Accessed August 18, 2011
[4] En el Diario El Carabobeño de Valencia (16.06.2002) se da cuenta de una anécdota a él atribuida, ¨En una recepción diplomática, una encopetada dama acosó a Tejera, casi octogenario y le espetó, adulante,
¨! Ayy doctor Tejera! ¿Cómo hace usted para verse tan bello? Y continuaba ya francamente molestosa, ¿Cuál es su secreto? ¿Por qué no me da la receta? Cansado ya de tan estúpidas lisonjerías exclamó, ¡Mijita hay que tirar, hay que tirar…!