Elogio del Maestro José Félix Oletta L., mis recuerdos de un gran hombre…

Maestro José Félix Oletta L., mis recuerdos de un gran hombre…

El 3 mayo de 2014 escribí un editorial en el Boletín de la Academia Nacional de Medicina que intitulé, ¨El cielo de las hormigas… o elogio de la candidez¨; de ella extraje un fragmento que servirá de arbotante a mi discurso:

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Elogio a un caso ¨cualquiera¨ de infarto del miocardio…

Esperando que me contestara que ingresaría en shock cardiogénico, edema agudo del pulmón, fibrilación ventricular o taquicardia ventricular, le hice esta pregunta a un estudiante de sexto año de medicina en un examen final…

-“A  ver  bachiller,  ¿Cuál  es  la  situación  más  grave  que  en  podría  presentarse  un infartado del miocardio a un servicio de emergencias y según el caso, cuál sería su conducta…?”

Sin dudar un momento el joven me replicó,

-“¡En muerte súbita, doctor!”

¡No deja lugar a dudas! El dolor y el sufrimiento son matizados por la condición sociocultural de las personas. Los hay aquellos que nos quejamos con vehemencia por cualquier necedad, dolor o presión, un hormigueíto en la nuca, alguna indigestión pasajera o un dolor lumbar mecánico luego de estar inclinado puliendo el automóvil, cargar un objeto pesado o cualquier otra actividad inusual; otros, a pesar de sufrir una condición que está produciéndoles un intenso sufrimiento, con estoicismo de fakir no se quejan ni muestran mortificación alguna. Mi hermano Luís, cuando era estudiante de odontología, visitaba con un compañero de curso un dispensario en un barrio pobre de Valencia para ayudar a esas gentes y de paso entrenar sus manos en el arte de emplear las tenazas. El estado de la dentadura de esos desposeídos de toda fortuna era tan precario, que casi todos terminaban en  exodoncias.  Antes  de  comenzar  su  faena,  alineaban  a  los pacientes en las sillas de la sala de espera y en sucesión, iban aplicando el anestésico. Luego en la misma secuencia, los iban pasando a sentarse en el sillón odontológico. En una de esas, mi hermano notó que cuando lujaba la pieza dentaria a un enfermo para extraerla, este  se  aferró  con  gran  fuerza  al apoyabrazos de  la  silla  de  la  unidad. Prosiguió su trabajo y le extrajo dos muelas de un envión. Al término le dijo, –

-“¡Caramba!, ¿Cómo que no te pegó la anestesia…?”

Al tiempo que con un pañuelo sucio se sujetaba el cachete ya tumefacto, el joven respondió medio sonriente, balbuceante y con un hilo de voz…

-“¡Adiós cará doctor, usted a mí no me puso anestesia…!”

Parece como si al través de sus vidas, estos seres se hubieran ido preparando para elevar y elevar, tanto y tanto el umbral del dolor, hasta alcanzar un lugar del dolorímetro donde ya nada es más doloroso que la vida que viven y han vivido… La pobreza, la exclusión, la privación y el hambre, el dolor físico y emocional, las continuas pérdidas de toda laya que sobrepasan magras gratificaciones, la partida precoz de hijos, familiares y amigos fallecidos de muerte natural los menos y baleados por el hampa común los más, les templa tanto el espíritu y el aguante, que los infelices llegan a no sentir dolor físico alguno…

 Doctor Gilberto Morales Rojas (1915-1968)

Al doctor Gilberto Morales Rojas (1915-1968), cariñosamente le llamábamos “el viejo Morales”. Era el Jefe del Servicio de Cardiología del Hospital Vargas de Caracas y para el momento de mi narración también el Director del Hospital. Allá por el año 1962 mis compañeros Rafael Valecillos Valecillos, Irán Rodríguez, “el negro” Jesús Torres Solarte y yo, hacíamos nuestra residencia de posgrado de medicina interna. Cuando teníamos problemas de diagnóstico con pacientes de la emergencia o de las salas, lo cual era harto frecuente, íbamos al Servicio de Cardiología en busca de ayuda. Allí encontrábamos al doctor Hernández Pieretti (1931-2010), gran semiólogo cardiovascular y experto en pulso venoso del cual poseía películas extraordinarias filmadas por él mismo -se extraviaron a poco de su muerte-, y al doctor Gustavo Fuenmayor Rodríguez (1928-2021), muy  inteligente,  reservado, brillante,  pragmático  y  sencillo,  todos  ellos  siempre  dispuestos a resolver las dificultades de nuestra profunda insipiencia. A decir verdad, éramos tan inmaduros y prejuiciados que no solíamos preguntarle al “viejo Morales”, pues tenía aspecto de charro mexicano con sus bigotes chorreados, no usaba bata blanca, siempre estaba en traje de calle y por ello pensábamos que no debía saber mucho ni mucho menos podría estar dispuesto a enseñar.

 

Un mediodía caluroso y pesado fuimos a enjugar nuestras lágrimas de ignorancia con nuestros profesores y amigos cardiologos en las salas 1 y 10 . No se encontraban accesibles al momento. Cuando nos disponíamos a retirarnos, una voz ronca y profunda con acendrado acento gocho nos dijo, -“Bien, ¿qué se les ofrece, para qué los buscan, cuál es el problema…?” Era el “viejo Morales” quien habiéndose sentido aludido por nuestra conducta indiferente y despectiva, se expresaba.

-“Bueno, esteee… un paciente que traíamos para que nos lo auscultaran…”

-“¿Cómo?, ¿Para qué lo auscultaran o para realizarle un completo examen cardiovascular?“ Respondió con voz más grave y visiblemente molesto.

Los pacientes no se auscultan, se examinan. La auscultación es sólo una parte de lo que siempre deben hacer completo: Los pasos semiológicos de observación, palpación, percusión y … auscultación. A ver, ¿adónde está el paciente…?”

Y allí ocurrió un momento milagroso que marcó profundamente nuestros corazones y nuestro decurso científico: Queríamos aprender y el mejor profesor nos tendía sus manos compasivas y bondadosas para enseñarnos. Tenía una extensa biblioteca y a menudo, nos llevaba algún volumen de alguna revista prestigiosa de cardiologia, con forro y tapas de cuero rojo, nos los prestaba amable y bondadosamente. Nos adoptó como sus hijos intelectuales,  y  así,  comenzamos  una  relación  de  cercana  amistad, un  parentesco nacido de un gran afecto mutuo y de frecuentes lecciones sobre casos clínicos y situaciones ordinarias que sus manos e intelecto siempre se hacían extraordinarias. No era infrecuente que enviara por nosotros a la camarera de la sala 10 donde casi siempre se encontraba, mientras estábamos en la emergencia para que viéramos con él, algún paciente con un hallazgo semiológico inusual o demasiado usual.

-“¡Les llama el doctor Morales, que vayan inmediatamente…!”

En un pequeño cuarto a la entrada de la Sala 1, nos mostraba en un radioscopio antidiluviano que parecía chisporrotear cada vez que apretaba el pedal de encendido, los aneurismas de la punta del corazón de enfermos chagásicos que ya había diagnosticado por palpación -y sacando sus manos del pecho del paciente nos pedía colocar la nuestra para percibir el choque dela punta y el movimiento paradójico del músculo cardíaco en su palpitar-. Luego, no contento con ello, nos mostaba aquella anormalidad terrible producida por el Schizotrypanum cruzi que por entonces se sebaba en pobres campesinos. Sólo había un peto de plomo protector de radiaciones, que por supuesto, vestía él. Así que de allí salíamos con picor en todo el cuerpo. Aunque me paraba detrás de él,  y además, cubría mis genitales con las dos manos pues temía quedarme ¨chiclán¨ 〈estéril〉 de tanta radiación que cogí en mis partes púdicas por aquellos días de aprendizaje emocionado… ¡Dios nos protegió!

Un día al observarme auscultando, me dijo que yo no sabía auscultar, pero que él me enseñaría… Me alcanzó una hoja papel en blanco, y me pidió que trazara una línea horizontal y luego, dos líneas verticales, una más larga y otra más chica, que serían el primero y segundo ruido, luego dos espacios de diferente longitud que las separara: serían estos, el pequeño y el gran silencio.

-“Ahora, toca concentrarse en el primer ruido ¿reforzado, apagado, desdoblado? Desdeñe cualquier otro ruido. Concéntrese en él. Haga de cuenta de que no existen otros fenómenos auscultatorios. ¡Dibújelo…!

-“Ahora el gran silencio, – ¿hay algún ruido o soplo conectado con este espacio?” Prosiga ahora con el segundo ruido – ¿desdoblado, relación con los movimientos respiratorios, ¿Qué sucede con los movimientos respiratorios, al inspirar y espirar? Cámbielo de posición, ¿decúbito lateral izquierdo?”. Todo en perfecta sucesión para hacer de aquel ejercicio auscultatorio un bien provechoso…algún componente predomina sobre el otro?”-. Luego el pequeño silencio. Y así, comulgando exclusivamente con cada ruido y cada espacio y dibujando en el papel, usando la campana y la membrana, así aprendimos el arte de la auscultación a la misma cabecera del enfermo. Cada acierto nuestro, asomaba a su rostro la sonrisa de satisfacción y orgullo del verdadero Maestro.

En una ocasión, inmersos en este ejercicio diario, apenas si pusimos cuidado en observar el viejito de la cama 9 que se desplazaba a cortos pasos por el centro de la sala, dirigiéndose a su lecho al tiempo que llevaba en sus manos una bandeja de metal con su magro almuerzo. Un cuadro sincopal, pérdida transitoria de la conciencia, y zas, bandeja y humanidad que caen al piso en medio de gran estrépito… El viejito se desparrama por el suelo cuan largo era. Del fondo de la sala brinca de su cama un zambo barloventeño alto, fornido y desdentado; Apolinario Bolívar lo mentaban. Se abalanzó sobre el viejito y sin doblar las rodillas, lo tomó en vilo entre sus brazos y de prisa lo llevó a su cama quedándose a su lado para contemplar las precarias las medidas de reanimación que entonces podíamos realizarle. Un bloqueo cardíaco aurículo-ventricular completo y una crisis de Stokes-Adams 60… para entonces, atropina y ninguna otra parafernalia…

-“Mire amigo Muci, solía decir el gran clínico francés Armand Trousseau (1801-1867), “No hay enfermedades, sólo enfermos”. Mis pacientes infartados de la práctica privada suelen exhibir un comportamiento ante la enfermedad muy diferente de aquellos otros con los cuales uno lidia a diario en las salas de este Hospital, en cuyos cuerpos el aguante, la tolerancia y el umbral de dolor son elevadísimos, pues, son personas que tienen como blasón el sufrimiento y la privación desde que nacen y por tanto, han aprendido a infravalorarlo y tolerarlo… Ninguno de aquellos hubiera sido capaz de un acto heroico espontáneo como el que acabamos de presenciar en Apolinario. Tan aterrorizados como están por la perspectiva de enfermedad, se habrían inhibido de moverse o habrían muerto en el intento… Mire cuánta reserva miocárdica, ¡qué se yo…!,  más bien cuánta reserva de hombría, guáramo y espíritu de solidaridad… A pesar del extenso infarto de la cara anterolateral del corazón por el que ingresó en edema agudo pulmonar hace apenas tres días, lo que le resta de fibra muscular cardíaca respondió hermosamente espoleado por elevados  sentimientos  del  espíritu,  de  altruismo  y  solidaridad,  permitiéndonos presenciar un sublime acto de identificación con el que menos tiene, con el que más sufre, virtud de hermandad y de empatía…”.

¡Qué afortunados fuimos…! Cómo añoro aquellos momentos felices durante los cuales cargábamos a reventar nuestras alforjas con conocimientos y experiencias crecedoras para el largo camino de nuestras prácticas médicas, tan lleno de pequeñas gratificaciones y grandes decepciones… Ha transcurrido 54 años y sin embargo, aquí le llevamos terciado en el corazón -como el fonendoscopio-, no le hemos olvidado y su recuerdo está siempre presente al momento de calzarnos diariamente los auriculares del estetoscopio Leatham que hizo traer de Inglaterra para mí:

Me arrepiento mucho de nunca haberle llamado como merecía… ¡Maestro!

60 El síndrome de Stokes-Adams se define como una pérdida del conocimiento que a veces se acompaña de convulsiones y relajación de esfínteres debida a un un paro cardíaco o a alguna arritmia de corta duración; en  un 50-60%  de  los casos se debe a un bloqueo del impulso nervioso entre la aurícula  y el  ventrículo  (bloqueo A-V completo),  bloqueo  sinoauricular  en  un 30-40%  y taquicardias o fibrilaciones paroxísticas en un 0-5%.

Elogio de una vocación… Doctor Herman Wuani Ettedgui, FACP (1929-2014)

El pasado mes de octubre de 2014 fue para mí uno de sentidas pérdidas afectivas, y el día 30, marcó la definitiva despedida de un ser muy especial, muy querido y en extremo admirado… Durante el fin de semana, un pálpito de tristeza se ahoga en cada tarea que intento emprender y siento que algo me falta, que algo muy importante me ha abandonado…

85 años no era una buena edad para morir sobre todo cuando a pesar de haber dado tanto de tanto en la vida, todavía le quedaba mucho más por dar. Y es que bondadosos maestros como Wuani son moldeadores de hombres y mujeres que de modo eficaz aportan o afianzan en el comportamiento del alumno buena parte de todo lo recibido en el hogar, y aún, aquello que faltó; sus figuras señeras suelen ser un faro en la niebla que previene del naufragio al navegante desprevenido que boga costeando en mares procelosos; pero además, maestro no es sólo aquel que enseña, sino el que nos da herramientas para formarnos, despertando en nosotros inquietudes y conminándonos a ser cada vez mejores, a saber pensar y cómo hacer, sin intentar modificar nuestra integridad, única e irrepetible, saltando obstáculos para alumbrar nuestro camino toda vez que sea necesario, y de hecho ser capaz de extraer, lo mejor de nosotros para ayudarnos a ser exitosos y triunfar en la vida aportándonos lecciones para transitar con responsabilidad y paso seguro por nuestras existencias… Para mi fortunio, un día soleado encontré a Wuani de frente en la senda de mi vida…

¿Qué es pues un maestro?, ¿Qué es pues un mentor?, ¿Quién fue en realidad el doctor Herman Wuani Ettedgui? El término proviene del latín, mens: mente, alma, mente divina. El mentor es aquel que la Biblia define como ¨un dador feliz¨, aquel que en su bondad, todo y todo lo da, sin esperar nada a cambio; un maestro es aquel que no regurgita el conocimiento porque lo ha vivido y ha sido parte de él, que muestra con su praxis un modelo con el cual el pupilo pueda identificarse; pero además, también proporciona a su protegido la facultad para que piense, para que aprenda por sí mismo, modifique el modelo presentado y por ende, crezca en lo personal, en lo humano, en lo espiritual y en lo científico.

Durante este proceso, tantas veces tan doloroso, el mentor acompaña y protege a su pupilo. Una vez completada su misión, lo deja solo para que eche raíces, se desarrolle, florezca y dé hermosos y nutritivos frutos. A su partida y desde lo lejos, el mentor mirará a sus alumnos con ojos atentos, solícitos y afectuosos, y estará siempre dispuesto a prestarles ayuda, sea espontánea o solicitada. La sabiduría del mentor permeará la vida de su pupilo, quien más tarde, él mismo también podrá, si así lo quiere, devenir en mentor.

Los principios básicos de educación, honestidad ciudadana y científica, moral, ética, disciplina y respeto, propenderán al crecimiento, y mediante su repetición, se perpetuarán al través de las generaciones. Los buenos maestros, los irremplazables mentores como Wuani son, por tanto, como los padres: irrepetibles e inmortales…

Pero, por un instante pasemos a conocer el fascinante y cautivador origen de la figura del mentor, algo así como el sinónimo del personaje que nos enluta…

 François de Salignac de la Mothe-Fénelon, arzobispo de Cambrai, escribió en 1699 sus ¨Aventuras de Telémaco¨. Siendo el tutor de Luis, quien fue duque de Burgundy, nieto de Luis XIV y sucesor al trono de Francia, el arzobispo creó una secuencia particular a La Odisea en la cual el joven Telémaco sale en la búsqueda de su padre, Ulises, quien había estado impedido de retornar al reino de Ítaca después de la Guerra de Troya. El joven Telémaco no estaba solo en sus peligros; viajaba con Mentor, un venerable sabio que en realidad era la transfiguración de la diosa Minerva (Palas Atenea), hija de Zeus, a quien igualaba en sabiduría, como también a Métis, personificación de la astucia y a quien se atribuía la invención de la ciencia, el arte y la agricultura. Mentor le garantizaría protección sobrenatural y sabios consejos. Bajo su guía, Telémaco creció y alcanzó la madurez hasta que se transformó en un rey justo y poderoso. Poco después que Telémaco encontrara a su padre, Mentor sintió que su trabajo había terminado. Antes de despedirse, Minerva se reveló a sí misma y le dijo, ¨Te dejo, hijo de Ulises, pero mi sabiduría estará contigo por tanto tiempo como la necesites. Ha llegado el momento en que continúes solo y por ti mismo¨.

El Maestro suele y debe tener una personalidad magnética que brinde identidad; debe haber dejado en pos de sí una obra trascendente; debe poseer una elevada carga de pasión que impregne todo lo que dice o hace para concurrir al logro de su objetivo: enseñar con el ejemplo, al tiempo que contagia y aporta directrices e ideas; debe suscitar respeto y admiración e incitar a la emulación de los valores y modelos que su ejemplo brinda; debe transmitir conocimientos y experiencias a las nuevas generaciones de manera que forme seguidores animados a reconocerlo como Maestro y continúen su obra; debe constituirse en un abridor o señalador de caminos que propendan a la mejor realización del alumno-hombre, de su comunidad, de su universidad, del área de su experiencia en la disciplina que haya sido su quehacer… vale decir, el calco de Herman Wuani.

A lo largo de esta esquela mortuoria intercalaré un fragmento de las ¨Coplas por la muerte de un padre¨, una elegía escrita por el poeta castellano Jorge Manrique (1440-1479), que reflexiona sobre la vida, la fama, la fortuna y la muerte con resignación cristiana. El poeta, sin romper la unidad de tono, filosofa sobre la inestabilidad de la fortuna, la fugacidad del tiempo, las ilusiones humanas y el poder igualatorio de la muerte a lo largo de cuarenta estrofas llamadas sextillas manriqueñas.

 

                                                                                                   Recuerde el alma dormida

 

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

 

Lo que el Maestro Wuani nos mostró –con mayúscula y con veneración igual que a aquel otro Maestro que enseñaba la verdad a sus discípulos con santas y doctas palabras-, fue el término consciente de una entrega sin plazos asfixiantes ni réditos regordidos donde su generosidad no podría cuantificarse o medirse. A poco de nuestra entrada como estudiantes de medicina en el Hospital Vargas de Caracas, era imposible que escapáramos de su benéfica influencia. Eran tres servicios y tres cátedras de Clínica Médica repartidos en seis salas. Tres de hombres y tres de mujeres. Aunque en lo particular no perteneciéramos a su servicio y cátedra, debíamos hospitalizar en sus salas algunos de los pacientes que admitíamos y rendir cuenta de nuestra labor como hacedores de historias clínicas, sobre nuestras bases para el pronunciamiento de una impresión diagnóstica y sobre el esbozo de una indicación terapéutica razonada; no eran tiempos de fríos ¨manejos¨  ni de flujogramas o algoritmos para alcanzar la solución del problema,  sino de aprendizaje y cuidados a la cabecera del enfermo, principio y fin del acto médico. Si estábamos dispuestos a seguirle, estaba él en disposición de enseñarnos el tortuoso, áspero e inacabable camino del arte de la medicina. Con rigidez afectuosa nos hacía ver nuestras faltas, aplaudía nuestros aciertos y corregía con justicia nuestros yerros y omisiones.

 

                                                                                               Pues si vemos lo presente

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera,
más que duró lo que vio
porque todo ha de pasar
por tal manera.

 

Mientras pasaba la revista médica podía oír de boca de un estudiante o residente el relato de la historia clínica del paciente que le era presentado, con palabra rápida y a veces atropellada, hacer comentarios sesudos, preguntar por efectos colaterales de las drogas y al mismo tiempo estar pendiente de todo cuanto ocurría en el perímetro de su sala. Como buen maestro que era, nada pedía a cambio de lo que daba como no fuera responsabilidad, constancia y esfuerzo. Cuanto había aprendido en las largas noches de vigilia forzada que signaron su entrega a la vida médica, todo lo daba en un segundo a quien lo pidiera, sin preguntar quién era, aun sin conocerle y sin reclamarle nada a cambio de compartir su don.

                                                                                                             Nuestras vidas son los ríos

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.

Fue el verdadero maestro que amó tanto a sus discípulos como a sus propios hijos biológicos; pero estos discípulos predilectos e íntimos no fueron los que definieron su verdadero rol de maestro. No lo serían nunca si hubiera contado solo con aquellos que pudieran pagar su enseñanza con el amor de un hijo. Su catadura de verdadero maestro tendría que verse desde lejos, en el espacio y en el tiempo y extenderse hasta esos a los que él nunca pudo conocer ni amar, y aún hasta aquéllos que acaso no supieran siquiera que existió. Solo por ser él, quien fuera su discípulo tenía que amar al maestro que eligió, pues sin el amor como catalizador, es imposible aprender. Es menester pues, que ante todo pueda conocerle, aunque lejos viva, aunque haga siglos que murió. Y es así como todos podemos elegir nuestros maestros, y los elegimos entre los más insignes que viven o vivieron. Tuve la suerte de ser su alumno, su colega, su amigo y aún su padrino cuando le nombraran Profesor Emérito de nuestra Universidad Central de Venezuela. Con ánimo festivo me recriminaba a cada encuentro que no cumplía mi rol de padrino pues nunca le había regalado siquiera un realito

 

Invocación:
Dejo las invocaciones

Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
sus sabores;
A aquél sólo me encomiendo,
aquél sólo invoco yo
de verdad,
que en este mundo viviendo
el mundo no conoció
su deidad.

 

Tolerando la frustración, acompañó en el duro camino a muchos pacientes con hemopatías malignas cuando la terapéutica de esas condiciones era exigua y menguada. Recuerdo que un paciente suyo me expresó alguna vez, ¨El doctor Wuani es un médico muy bueno y compasivo, pero se le mueren todos sus pacientes…¨: ese era el sino de enfermedades irredentas… El Maestro Wuani fallece luego de semanas de sufrimientos e incertidumbres, con facies segura e inmutable, sin quejarse de su suerte y sonriendo ante los pasajes jocosos que de nuestra vida en común le recordara, pues quizá siéndole costumbre, había acompañado a muchos en el mismo trance, entregándoles sus almas a Caronte, el barquero de Hades y encargado de guiar de un lado a otro del río Aqueronte a las sombras errantes de los recientes difuntos.

                                                                        

                                                                        Este mundo es el camino

Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos al tiempo.

 

En el crisol que fue el Hospital Vargas de Carcas se mezcló en concordia y fidelidad su vida como estudiante, médico, residente, profesor universitario y maestro, internista, hematólogo, fellow del American College of Physicians, puntal de la Escuela de Medicina doctor José María Vargas, presidente de la Sociedad de Médicos y Cirujanos, miembro de la Comisión Técnica, jefe del Laboratorio, jefe de posgrados de medicina interna, autor de libros, capítulos de libros y trabajos científicos sobre muchos temas, algunos de condiciones patológicas inéditas; intelectualmente inquieto, capaz de balancear armoniosamente varias cargas por vez sin que le pesaran ni le abrumaran; hombre sencillo y humorado, sin costuras ni dobleces, honesto, sincero y mejor colega y amigo; siempre discreto no amó ni amasó riqueza, antes bien capitalizó el bien máximo: el cariño y el reconocimiento de sus innumerables alumnos.

Ya jubilado y cansado, hasta no más hace escasos meses, con su paso estrecho y a veces titubeante, continuaba sintiendo el llamado de su vocación docente, iba los martes de cada semana a impartir consejos sobre arte médico a los estudiantes de quinto año de medicina que hoy sienten y lloran su partida, y a revisar su libro en dos tomos que ya entraba en prensa, no un rimbombante tratado, sino simplemente humildes ¨Lecciones de medicina interna¨… En sus días postreros y ya en su casa, para no dejarlos a la intemperie, recibió a sus queridos pacientes hasta pocos días antes de su muerte brindándoles sin estridencias, apoyo, consejos y solidaridad, pues para curar no necesitaba más que su benéfica presencia…

¨Pero esa red que hilan los buenos maestros se ramifica, se extiende mucho más allá de ellos mismos. El eco de las palabras se repite, y se multiplica hasta el infinito… Quizás no lo sepan, pero son los hacedores del mañana¨ (Louis Guglielmi, ¨El mar persistente N° 2¨). Creo que Wuani lo supo, asumió con decisión y gallardía su rol de exigente maestro y ductor de generaciones…

Sea este un reconocimiento al paradigma del médico humilde, sabio y justo, al formador de juventudes médicas, al abridor de caminos para la mejor realización del hombre en su comunidad y de la medicina interna que fue su pasión, que fue su quehacer y donde dejó obra trascendente… Su integridad moral, sus convicciones democráticas, su rectitud, su firmeza en los principios, sin consideraciones oportunistas fueron su blasón. Hoy 14 de enero de 2015 con la sencillez y la verdad que había vivido, la que acompaña a los justos en el Señor, entregó sus cuentas en orden.

Le sobreviven sus hijos Mónica y Eli Harari, sus nietos Moisés y Marc, y su hijastro Jacques, a quienes acompaño en su pena y me identifico con su dolor…