Elogio a un caso ¨cualquiera¨ de infarto del miocardio…

Esperando que me contestara que ingresaría en shock cardiogénico, edema agudo del pulmón, fibrilación ventricular o taquicardia ventricular, le hice esta pregunta a un estudiante de sexto año de medicina en un examen final…

-“A  ver  bachiller,  ¿Cuál  es  la  situación  más  grave  que  en  podría  presentarse  un infartado del miocardio a un servicio de emergencias y según el caso, cuál sería su conducta…?”

Sin dudar un momento el joven me replicó,

-“¡En muerte súbita, doctor!”

¡No deja lugar a dudas! El dolor y el sufrimiento son matizados por la condición sociocultural de las personas. Los hay aquellos que nos quejamos con vehemencia por cualquier necedad, dolor o presión, un hormigueíto en la nuca, alguna indigestión pasajera o un dolor lumbar mecánico luego de estar inclinado puliendo el automóvil, cargar un objeto pesado o cualquier otra actividad inusual; otros, a pesar de sufrir una condición que está produciéndoles un intenso sufrimiento, con estoicismo de fakir no se quejan ni muestran mortificación alguna. Mi hermano Luís, cuando era estudiante de odontología, visitaba con un compañero de curso un dispensario en un barrio pobre de Valencia para ayudar a esas gentes y de paso entrenar sus manos en el arte de emplear las tenazas. El estado de la dentadura de esos desposeídos de toda fortuna era tan precario, que casi todos terminaban en  exodoncias.  Antes  de  comenzar  su  faena,  alineaban  a  los pacientes en las sillas de la sala de espera y en sucesión, iban aplicando el anestésico. Luego en la misma secuencia, los iban pasando a sentarse en el sillón odontológico. En una de esas, mi hermano notó que cuando lujaba la pieza dentaria a un enfermo para extraerla, este  se  aferró  con  gran  fuerza  al apoyabrazos de  la  silla  de  la  unidad. Prosiguió su trabajo y le extrajo dos muelas de un envión. Al término le dijo, –

-“¡Caramba!, ¿Cómo que no te pegó la anestesia…?”

Al tiempo que con un pañuelo sucio se sujetaba el cachete ya tumefacto, el joven respondió medio sonriente, balbuceante y con un hilo de voz…

-“¡Adiós cará doctor, usted a mí no me puso anestesia…!”

Parece como si al través de sus vidas, estos seres se hubieran ido preparando para elevar y elevar, tanto y tanto el umbral del dolor, hasta alcanzar un lugar del dolorímetro donde ya nada es más doloroso que la vida que viven y han vivido… La pobreza, la exclusión, la privación y el hambre, el dolor físico y emocional, las continuas pérdidas de toda laya que sobrepasan magras gratificaciones, la partida precoz de hijos, familiares y amigos fallecidos de muerte natural los menos y baleados por el hampa común los más, les templa tanto el espíritu y el aguante, que los infelices llegan a no sentir dolor físico alguno…

 Doctor Gilberto Morales Rojas (1915-1968)

Al doctor Gilberto Morales Rojas (1915-1968), cariñosamente le llamábamos “el viejo Morales”. Era el Jefe del Servicio de Cardiología del Hospital Vargas de Caracas y para el momento de mi narración también el Director del Hospital. Allá por el año 1962 mis compañeros Rafael Valecillos Valecillos, Irán Rodríguez, “el negro” Jesús Torres Solarte y yo, hacíamos nuestra residencia de posgrado de medicina interna. Cuando teníamos problemas de diagnóstico con pacientes de la emergencia o de las salas, lo cual era harto frecuente, íbamos al Servicio de Cardiología en busca de ayuda. Allí encontrábamos al doctor Hernández Pieretti (1931-2010), gran semiólogo cardiovascular y experto en pulso venoso del cual poseía películas extraordinarias filmadas por él mismo -se extraviaron a poco de su muerte-, y al doctor Gustavo Fuenmayor Rodríguez (1928-2021), muy  inteligente,  reservado, brillante,  pragmático  y  sencillo,  todos  ellos  siempre  dispuestos a resolver las dificultades de nuestra profunda insipiencia. A decir verdad, éramos tan inmaduros y prejuiciados que no solíamos preguntarle al “viejo Morales”, pues tenía aspecto de charro mexicano con sus bigotes chorreados, no usaba bata blanca, siempre estaba en traje de calle y por ello pensábamos que no debía saber mucho ni mucho menos podría estar dispuesto a enseñar.

 

Un mediodía caluroso y pesado fuimos a enjugar nuestras lágrimas de ignorancia con nuestros profesores y amigos cardiologos en las salas 1 y 10 . No se encontraban accesibles al momento. Cuando nos disponíamos a retirarnos, una voz ronca y profunda con acendrado acento gocho nos dijo, -“Bien, ¿qué se les ofrece, para qué los buscan, cuál es el problema…?” Era el “viejo Morales” quien habiéndose sentido aludido por nuestra conducta indiferente y despectiva, se expresaba.

-“Bueno, esteee… un paciente que traíamos para que nos lo auscultaran…”

-“¿Cómo?, ¿Para qué lo auscultaran o para realizarle un completo examen cardiovascular?“ Respondió con voz más grave y visiblemente molesto.

Los pacientes no se auscultan, se examinan. La auscultación es sólo una parte de lo que siempre deben hacer completo: Los pasos semiológicos de observación, palpación, percusión y … auscultación. A ver, ¿adónde está el paciente…?”

Y allí ocurrió un momento milagroso que marcó profundamente nuestros corazones y nuestro decurso científico: Queríamos aprender y el mejor profesor nos tendía sus manos compasivas y bondadosas para enseñarnos. Tenía una extensa biblioteca y a menudo, nos llevaba algún volumen de alguna revista prestigiosa de cardiologia, con forro y tapas de cuero rojo, nos los prestaba amable y bondadosamente. Nos adoptó como sus hijos intelectuales,  y  así,  comenzamos  una  relación  de  cercana  amistad, un  parentesco nacido de un gran afecto mutuo y de frecuentes lecciones sobre casos clínicos y situaciones ordinarias que sus manos e intelecto siempre se hacían extraordinarias. No era infrecuente que enviara por nosotros a la camarera de la sala 10 donde casi siempre se encontraba, mientras estábamos en la emergencia para que viéramos con él, algún paciente con un hallazgo semiológico inusual o demasiado usual.

-“¡Les llama el doctor Morales, que vayan inmediatamente…!”

En un pequeño cuarto a la entrada de la Sala 1, nos mostraba en un radioscopio antidiluviano que parecía chisporrotear cada vez que apretaba el pedal de encendido, los aneurismas de la punta del corazón de enfermos chagásicos que ya había diagnosticado por palpación -y sacando sus manos del pecho del paciente nos pedía colocar la nuestra para percibir el choque dela punta y el movimiento paradójico del músculo cardíaco en su palpitar-. Luego, no contento con ello, nos mostaba aquella anormalidad terrible producida por el Schizotrypanum cruzi que por entonces se sebaba en pobres campesinos. Sólo había un peto de plomo protector de radiaciones, que por supuesto, vestía él. Así que de allí salíamos con picor en todo el cuerpo. Aunque me paraba detrás de él,  y además, cubría mis genitales con las dos manos pues temía quedarme ¨chiclán¨ 〈estéril〉 de tanta radiación que cogí en mis partes púdicas por aquellos días de aprendizaje emocionado… ¡Dios nos protegió!

Un día al observarme auscultando, me dijo que yo no sabía auscultar, pero que él me enseñaría… Me alcanzó una hoja papel en blanco, y me pidió que trazara una línea horizontal y luego, dos líneas verticales, una más larga y otra más chica, que serían el primero y segundo ruido, luego dos espacios de diferente longitud que las separara: serían estos, el pequeño y el gran silencio.

-“Ahora, toca concentrarse en el primer ruido ¿reforzado, apagado, desdoblado? Desdeñe cualquier otro ruido. Concéntrese en él. Haga de cuenta de que no existen otros fenómenos auscultatorios. ¡Dibújelo…!

-“Ahora el gran silencio, – ¿hay algún ruido o soplo conectado con este espacio?” Prosiga ahora con el segundo ruido – ¿desdoblado, relación con los movimientos respiratorios, ¿Qué sucede con los movimientos respiratorios, al inspirar y espirar? Cámbielo de posición, ¿decúbito lateral izquierdo?”. Todo en perfecta sucesión para hacer de aquel ejercicio auscultatorio un bien provechoso…algún componente predomina sobre el otro?”-. Luego el pequeño silencio. Y así, comulgando exclusivamente con cada ruido y cada espacio y dibujando en el papel, usando la campana y la membrana, así aprendimos el arte de la auscultación a la misma cabecera del enfermo. Cada acierto nuestro, asomaba a su rostro la sonrisa de satisfacción y orgullo del verdadero Maestro.

En una ocasión, inmersos en este ejercicio diario, apenas si pusimos cuidado en observar el viejito de la cama 9 que se desplazaba a cortos pasos por el centro de la sala, dirigiéndose a su lecho al tiempo que llevaba en sus manos una bandeja de metal con su magro almuerzo. Un cuadro sincopal, pérdida transitoria de la conciencia, y zas, bandeja y humanidad que caen al piso en medio de gran estrépito… El viejito se desparrama por el suelo cuan largo era. Del fondo de la sala brinca de su cama un zambo barloventeño alto, fornido y desdentado; Apolinario Bolívar lo mentaban. Se abalanzó sobre el viejito y sin doblar las rodillas, lo tomó en vilo entre sus brazos y de prisa lo llevó a su cama quedándose a su lado para contemplar las precarias las medidas de reanimación que entonces podíamos realizarle. Un bloqueo cardíaco aurículo-ventricular completo y una crisis de Stokes-Adams 60… para entonces, atropina y ninguna otra parafernalia…

-“Mire amigo Muci, solía decir el gran clínico francés Armand Trousseau (1801-1867), “No hay enfermedades, sólo enfermos”. Mis pacientes infartados de la práctica privada suelen exhibir un comportamiento ante la enfermedad muy diferente de aquellos otros con los cuales uno lidia a diario en las salas de este Hospital, en cuyos cuerpos el aguante, la tolerancia y el umbral de dolor son elevadísimos, pues, son personas que tienen como blasón el sufrimiento y la privación desde que nacen y por tanto, han aprendido a infravalorarlo y tolerarlo… Ninguno de aquellos hubiera sido capaz de un acto heroico espontáneo como el que acabamos de presenciar en Apolinario. Tan aterrorizados como están por la perspectiva de enfermedad, se habrían inhibido de moverse o habrían muerto en el intento… Mire cuánta reserva miocárdica, ¡qué se yo…!,  más bien cuánta reserva de hombría, guáramo y espíritu de solidaridad… A pesar del extenso infarto de la cara anterolateral del corazón por el que ingresó en edema agudo pulmonar hace apenas tres días, lo que le resta de fibra muscular cardíaca respondió hermosamente espoleado por elevados  sentimientos  del  espíritu,  de  altruismo  y  solidaridad,  permitiéndonos presenciar un sublime acto de identificación con el que menos tiene, con el que más sufre, virtud de hermandad y de empatía…”.

¡Qué afortunados fuimos…! Cómo añoro aquellos momentos felices durante los cuales cargábamos a reventar nuestras alforjas con conocimientos y experiencias crecedoras para el largo camino de nuestras prácticas médicas, tan lleno de pequeñas gratificaciones y grandes decepciones… Ha transcurrido 54 años y sin embargo, aquí le llevamos terciado en el corazón -como el fonendoscopio-, no le hemos olvidado y su recuerdo está siempre presente al momento de calzarnos diariamente los auriculares del estetoscopio Leatham que hizo traer de Inglaterra para mí:

Me arrepiento mucho de nunca haberle llamado como merecía… ¡Maestro!

60 El síndrome de Stokes-Adams se define como una pérdida del conocimiento que a veces se acompaña de convulsiones y relajación de esfínteres debida a un un paro cardíaco o a alguna arritmia de corta duración; en  un 50-60%  de  los casos se debe a un bloqueo del impulso nervioso entre la aurícula  y el  ventrículo  (bloqueo A-V completo),  bloqueo  sinoauricular  en  un 30-40%  y taquicardias o fibrilaciones paroxísticas en un 0-5%.

Elogio a Hutchhinson, la dilatación pupilar unilateral y hernia intracraneal transtentorial…

 

 

 Sir Jonathan Hutchinson y cerebro visto por su parte ventral mostrando una hernia del hipocampo rechazando el tallo cerebral hacia la derecha.

Observar una de las pupilas dilatada en forma aguda suele tener un tufillo a tragedia… particularmente si el médico que la evalúa carece de toda sofisticación al examinar este pequeño gran sensor neurológico que es la pupila. Suele el novel oír en sus estudios de semiología de tercer año de medicina o en  su  pasantía  por neurología  clínica, el ominoso significado de una pupila paralítica y fija porque suele indicar un enclavamiento o descenso de parte del cerebro a través de la hendidura de la tienda del cerebelo por efecto de la hiperpresión, lindero entre el cerebro por arriba y el cerebelo por debajo, producido por una colección sanguínea o tumoral hemisférica que empuja hacia abajo el tejido cerebral, si se quiere, un toque de ánimas que clama por su resolución neuroquirúrgica inmediata.

Recibe el eponímico de “pupila de Hutchinson”, por haber sido Sir Jonathan Hutchinson (1828-1813), neurólogo inglés, gran observador y recolector de datos, descriptor de signos y síndromes novedosos, y uno de los clínicos más brillantes de su época, excelente profesor y maestro de la medicina, que según W.B. Bean, de existir un Premio Nobel para Maestros, Jonathan Hutchinson lo hubiera merecido, quien la describiera en hemorragias cerebrales que, produciendo la citada hernia a través del hiato de la tienda del cerebelo, comprimía el tercer nervio craneal en la base cerebral, produciendo una pupila ampliamente dilatada, fija y sin respuesta a la luz directa, siendo que su homónima contralateral solía ser normal. Pero resulta que los pacientes portadores de una pupila de este mal temperamento y pronóstico, siempre tienen un trastorno agudo de la conciencia y nunca ocurren al médico por pasos propios ; antes bien, son conducidos hasta él en brazos solidarios de familiares, amigos o bomberos… Lo opuesto ocurre con la pupila de tónica de Adie-Holmrd o parálisis parasimpática benigna, en la cual una persona habitualmente saludable, especialmente si tiene el iris claro se percata de que tiene una pupila ampliamente dilatada al verse en un espejo, o bien, cuando -alarmados- se lo hacen saber sus allegados.

No es raro recibir una llamada a media noche luego de un día de angustias y de atención a aporreados por la saña de la enfermedad y cuando el cuerpo pide reposo y el  músculo  se  relaja.  El  teléfono,  que  a  esa  hora  no  puede  sonar  menos  que implorante  y en medio del bullicio de una fiesta, pone al habla a un sujeto que dice ser médico, cuya tasa etílica parece muy elevada, diciéndole que su esposa se ¨está enclavando allí mismito¨, porque se lo ha dicho un neurocirujano presente que supongo en similar condición al hablante. Resulta que la señora tiene el iris claro y en esas circunstancias, es más fácil apreciar una pupila dilatada que en esas otras personas de iris oscuro…

¨Bien –le replico- si está caminando y pasándola bien, créame que no tiene ninguna significación de emergencia¨. Cuando al fin el otro le entiende que bien puede esperar hasta el día siguiente, usted tratará de dormirse de nuevo rodeado de diablitos que le hincan sus tridentes, mientras él continuará saboreando sus tragos, olvidando la resaca que le espera el día siguiente y no recordando nada de su esposa y de su pupila dilatada…

La  pupila,  esa  pequeña  gran  ventana  neurológica   le  jugó  una  mala  pasada  a  un profesor nuestro de física y óptica en el Liceo Andrés Bello de Caracas en 1955. Encontrándonos en la pensión de Doña Ángela de Ponte Urbaneja, un día mi hermano Franco hizo un aterrador descubrimiento y me llamó con premura. De pie frente al espejo de baño, me dijo que mirara sus pupilas  reflejadas;  de  inmediato  apagó  la  luz  y  las  pupilas  se  dilataron,  luego  la encendió de nuevo y las pupilas se hicieron muy pequeñas. Repitió conmigo el experimento y sucedió lo mismo… Sin duda, ¡estábamos muy enfermos! Muy preocupado le dije que tal vez el profesor ¨A…¨ de física y optica, nos podría sacar de nuestra duda al día siguiente. Y así, le contamos el incidente de la pupila. Se quedó mirando al vacío, y como única explicación nos dijo,

¡Dejen de hacer eso jóvenes que se les van a dañar los ojos…!

Los hospitales públicos son sitios de fina sofisticación clínica o de aberrante ignorancia en acción, esto último, especialmente en las emergencias, donde se aposentan los menos experimentados y donde tragicomedias de toda índole tienen lugar, situaciones particulares y estrambóticas, esas, que nos mueven al mismo tiempo a la compasión y la risa.

Nos lo contaba una alumna que entonces hacía su postgrado de oftalmología en el Hospital Militar “Dr. Carlos Arvelo” de la ciudad de Caracas. Resulta que llegó un cadete perteneciente a la Escuela Naval acompañando a su novia pizpireta, que iba a ser evaluada en su servicio… Todo rígido, engolado y níveo, se paseaba petulante por los pasillos emanando y luciendo, cual pavo real, su aire marcial. Siendo que había transcurrido mucho tiempo, la joven no salía  y él se sentía cansado, optó por sentarse en una silla disponible. Pero el inocente ignoraba que precisamente en ese pasillo, adyacente a la Consulta Externa de Oftalmología, solían sentar en hilera a aquellos pacientes cuyas retinas iban a ser examinadas y necesitaban ser dilatados para obtener una pupila amplia -midriasis- que permitiera una mejor observación.

Pues bien, una vez en la fila de sillas, no se percató de que de tiempo en tiempo pasaba una enfermera con un frasquito de colirio midriático 65 aplicando una gota en cada ojo de cada paciente. Distraído y aburrido como estaba, el cadete en cuestión solo sintió cuando su cuello fue extendido hacia atrás y una gota ardientosa cayó en su ojo derecho. Reaccionó de inmediato molesto y pidiendo una explicación. Una vez que le fue dada, se alejó enjugándose con un nevado pañuelo las lágrimas producidas por el ardor del fármaco… Habría transcurrido una media hora cuando comenzó a sentirse raro, mareado y descompuesto. Se asustó mucho frente a un enemigo desconocido al que no podía ver; él, tan saludable como suponía que era. Alguien le sugirió que se dirigiera a la Emergencia del Hospital porque podía ser algo serio. Allí llegó pálido, desencajado, con saltos en el pecho, muy frío y asustado. Un residente de neurocirugía, de esos llamados “gatillo alegre”, que tantas veces merodean en esos predios, que no hacen del pensar un ejercicio intelectual sino que la acción es su divisa, sin mucha indagación ni explicación le metió tremendo puyazo en  la región  lumbar  para  practicarle  una  punción sospechando un sangrado subaracnoideo 66; pero, para su sorpresa, el líquido cefalorraquídeo era límpido, incoloro y con aspecto de “agua de roca”…

-“¡Caramba! -se preguntó rascando su cabeza con un dedo – ¿Cómo puede ser que con un sangrado subaracnoideo el líquido sea tan claro, agua de roca?”

La punción lumbar, a más de estar contraindicada en presencia de una pupila dilatada por la posibilidad de inducir una hernia intracraneal transtentorial o descenso de las amígdalas cerebelosas había sido una conducta censurable; su ligereza le mereció una seria reprimenda por parte del neurocirujano superior que ante el desaguisado, optó por llamar de inmediato al oftalmólogo de guardia. Mi alumna se acercó a aquel conjunto de lividez y temblor incontrolable, y al ver aquella pupila en extremo dilatada le preguntó sin dudar…

“Cadete, tenga la bondad, ¿Recientemente le han aplicado algún colirio en este ojo…?” Era esa la pregunta que cabía precisamente, antes y después…

 

65 Los agentes o colirios midriáticos son sustancias que producen dilatación de la pupila.

66  La hemorragia subaracnoidea espontánea se define como la salida de sangre al espacio subaracnoideo, sin relación con trauma craneoencefálico, no es raro que corresponda a la ruptura de un aneurisma intracraneal y la cefalea es uno de sus primeros síntomas. En esas circunstancias de líquido cefalorraquídeo suele estar teñido de rojo.

Elogio del árbol de la vida…

Cerro Tepuy Autana

Como suelo emplear la metáfora del árbol de la vida para iluminar las tarjetas navideñas que cada año envío a mis afectos, he pensado que sería útil relatarles una de tantas historias, en este caso de nuestro país, Venezuela;  si bien es cierto que el concepto existe en muchos otros relatos y dibujos de artistas provenientes de muchas latitudes, en nuestro caso limito el tronco del árbol a Graciela y yo como fundadores del clan Muci-Facchin, y en sus ramaje mis tres hijos, Rafael Guillermo , Gustavo Adolfo y Graciela Cristina con sus respectivos consortes que vienen a ser sus amados frutos… Siempre finalizo elevando una plegaria por nuestro olvidado y agredido país…

En el Amazonas Venezolano se erige el Tepuy cerro Autana, llamado por la tribu indígena piaroa Euwabey o Kuawai o «Árbol de la Vida», o Calieberri-Naé pues, en su cosmovisión la leyenda cuenta, que, al principio de los tiempos, la especie humana, antes de transformarse en los hombres y mujeres que actualmente somos, se encontraba viviendo en los cuerpos de sus antepasados animales; estos animales vivían guiados por un Chamán, el cual era respetado y obedecido por la comunidad. Debido a la escasez de frutos en la selva, el Dios Wahari ordenó a los animales derrumbar el árbol de la vida para comer los frutos que habían de él, y de ese árbol, quedó solo el tronco el cual permanece allí y es ahora conocido como el famoso Tepuy Autana, el sitio sagrado donde transmigran las almas de los muertos. En resumen, los piaroas denominan al cerro, Autana, como lo que significa, árbol de la vida y, como evidencia, solo quedó el tronco cortado, el tepuy Autana o Kuawai.

“Del Árbol de la vida, sólo el tronco permanece. Ustedes, los criollos, lo llaman Cerro Autana. Para nosotros, los piaroas, es el Kuaimayojo, el tocón petrificado del Wahari-Kuawai, a cuyo alrededor Mereya Anemei creó el universo: los ríos y raudales, las montañas y la selva, los animales, la lluvia y el espacio celeste. Este es nuestro territorio de origen. Esta es, para nosotros la tierra sagrada”.

El tepuy Cerro Autana fue declarado monumento natural en 1978. Es uno de los tepuyes del sur de Venezuela, con aproximadamente 1.300 metros de altura. Dentro de la montaña, hay una cueva formada enteramente de cuarzo, que mide 400 metros de longitud y 45 metros de altura

El Cerro Autana fue declarado monumento natural el 12 de diciembre de 1978 bajo el Decreto N° 2.987, Gaceta Oficial Extraordinaria N° 2.417, en conformidad con la Ley Aprobatoria de la Convención para la protección de la Flora, de la Fauna y de las Bellezas Escénicas Naturales de los Países de América. Esta Gaceta demuestra el extraordinario compromiso que una vez tuvo Venezuela con la conservación del Sur del Orinoco, y así, se decretaron 4 parques nacionales: Duida Marahuaca, Yapacana, La Neblina y Jaua-Sarisariñama; así como los monumentos naturales Cerro Autana y Piedra del Cocuy. La consideración del Decreto para asignar la categoría de “monumento natural” al Cerro Autana:

¨Que el cerro Autana, situado en la zona montañosa al noreste del Territorio Federal Amazonas, en jurisdicción del Departamento de Atures, representa un valioso recurso, no solo escénico sino también científico, el cual alberga la cueva más antigua que se conoce, así como otras cavernas únicas en el mundo formadas enteramente de cuarcitas¨

Don José Muci Abraham y Misia Panchita Mendoza –circa 1932-

He recogido esta idea primigenia para significar, en nuestro caso, la fusión del cedro libanés que representa a mi padre, y la hermosura de alma y corazón de mi madre que encarna la altivez de la flor de bora (Eichhornia crassipes) del río Guárico.

De los frutos desparramados del gran tronco y verde ramaje perpetuode nuestros padres, nacimos nosotros, sus hijos y nietos para festejar nuestro humilde origen y consustanciarnos con nuestras raíces y nuestra tierra venezolana sintiendo el dolor y la impotencia ante su reiterado ultraje por malparidos y vendepatrias. Tuvimos esperanzas de que la deshonra durara un tris, pero el sentimiento a poco se desvaneció, pues lejos de que los virtuosos y honrados contagiaran de valores a los malos y deshonestos, sucedió todo lo contrario, los honestos fueron contagiados por los malos, y ¡como…!

Es lo que ocurre de tiempo en tiempo, que los buenos no son tan buenos y los malos son los peores, nos contagian rapidito con su morbo y llegan a nuestro precio, porque todos tenemos un precio para ser comprados por altísimo que sea, lo justo y saludable es mantenernos a distancia de la flama, porque el rabo de paja, que también tienen los justos, aún minúsculo, coje también candela…

Los Muci Mendoza – circa 1950-

¿Cómo sacar fuerzas de flaquezas…? He visto moribundos recuperarse por completo con la plegaria de rodillas de una madre desesperada; he visto enfermos plagados por un cáncer invasivo y sin fuerzas ni esperanzas, hacer retroceder al íncubo y sanarse por completo; he visto malvados y malucos ser poseídos, como Ebenezer Scrooge, del cuento de Charles Dickens ‘A christmas carol’, cambiar al recibir los valores esenciales que nos transmite la Natividad de Jesús: El valor de la bondad; la empatía como valor fundamental entre las personas, y la caridad y solidaridad hacia los más necesitados; quien quita que transforme a aquellos duros de corazón y ávidos de riqueza fácil con sabor a sangre, con capacidad de rectificar.

«Haz todo el bien que puedas. Por todos los medios que puedas. En todas las formas que puedas. En todos los lugares que puedas. En todo momento que puedas. A todas las personas que puedas. Mientras puedas.»

—John Wesley (1703-1791) teólogo

Elogio de mi madre al volante…

Elogio de mi madre al volante…

 

«Mujeres al volante, peligro constante«, reza un polémico refrán popular…

La conducción de automóviles ha sido históricamente terreno de hombres, pero en todas las épocas ha habido mujeres que se han abierto camino, contribuyendo a la lucha por la igualdad, participando y triunfando en ámbitos tradicionalmente masculinos.

De acuerdo con algunos estudios, las mujeres son mejores que los hombres al volante. “Tenía que ser mujer.” “Mujer al volante, peligro constante.” “Manejas como mujer¨. Estas son solo algunas de las diversas enraizadas en ámbito de la conducción de vehículos. Y como en todos los demás ámbitos de la cultura, ese tipo de frases son falsas, además estar cargadas del clásico machismo que tanto daño hace a la sociedad. Afortunadamente, poco a poco esto está cambiando, y en el caso de las mujeres al volantelas estadísticas no mienten. Múltiples estudios alrededor de todo el orbe comprueban que las mujeres son mejores al volante en muchos aspectos; son más prudentes y educadas  y además, tienen menos accidentes que los hombres.

Las deliciosas anécdotas con mi mamá: Mi padre tenía un automóvil Ford sedán, 1939 negro y para hermosearlo hizo que le adaptaran unos alerones plateados en los parachoques delantero y trasero. Un buen día y habiendo arribado a los 40 años y yo contando con 8, no sé porqué motivos, mi madre decidió, –¡quien lo imaginaría!-, ¡tomar clases para conducir vehículos! Mi padre no sabía conducir, de forma que siempre en mi casa hubo un chofer. Algunos que recuerdo: Nemesio Narváez -festivo, siempre sonriente, criado por libaneses por lo que hablaba el árabe, era díscolo y sinverguenza y mi papá lo reprendía con frecuencia en esa lengua-; otro,  un catire flaco y loco que apodaban Lindberg, a quien mi papá despidió ipso facto porque en un viaje de ventas a San Carlos (estado Cojedes) de repente detuvo el carro, salio corriendo y ¡besó una burra en el hocico!; el último de ellos, que le acompañó hasta su muerte discreto y poco conversador, fue Francisco Herrera (por cierto, mi padre le regaló una casa para que hiciera familia exigiéndole que se casara previamente con su concubina); igualmente, él apoyó los deseos de Panchita, mi madre

Ignoro por qué causas yo siempre le acompañaba en sus veleidades aventureras al volante. El sitio preferido para aprender era un área de la ciudad llamado Los Colorados -por el color de la tierra- donde no había peligro alguno de colisión por que no había una vía sino campo abierto sin jumentos y escasos carros circulando… Pero, ya más aventajada, era justo y  necesario aumentar la dificultad del aprendizaje; una tarde salimos de Valencia vía Puerto Cabello; llegamos a el pueblo de La Entrada (Municipio Naguanagua) -, que por cierto se decía, que poseia el mejor clima de los pueblos aledaños a Valencia (580 msnm), ademas de contar con las mujeres más hermosas de la región ¿Qué dice Graciela mi esposa…; arribando pues al sitio y debiendo devolvernos hacia Valencia en una parte estrecha de la carretera, mi hermosa madre, acompañada también por el chofer de turno, retrocedió sin darse cuenta que detrás se encontraba un poste de luz eléctrica… ¿Cómo lo hizo…? No lo sé, lo cierto es que uno de los alerones del parachoques trasero se enganchó en el poste, así que  tratar de avanzar hacia adelante era imposible por más que aceleraba y aceleraba; en fin, necesitamos que unos compasivos lugareños nos ayudaran en el proceso de levantar el carro y sacarlo de aquel enganche… ¡Jajaja!

Plaza Monumento a la «Victoria» de Tocuyito en 1930, obra del constructor ingeniero, Julio Roversi.

El incidente de marras no disuadió a mi mamá de hacerse proficiente al volante y con ímpetu digno de mejor causa, días más tarde el chofer decidió llevarla por la carretera vieja rumbo al Campo de Carabobo con dirección a Tocuyito, pueblo ubicado en las Sabanas de Carabobo, capital del Municipio Libertador del Estado y que hoy día, forma parte del Área Metropolitana de la ciudad de Valencia. Como en todas las correrías en que le acompañé, iba muy nerviosa y estresada pero decidida a salirse con la suya, con un pañuelo en la mano derecha para enjugarse a cada rato el sudor que manaba a borbotones de su cara y de sus manos. Ya llegando al poblado y entrando la noche, se despepitó un tremendo aguacero con rayos y centellas que impedía toda visibilidad porque además, los primitivos limpiapararabrisas de aquel vehículo no podían con aquel torrente de agua. Ocurrió así, que cuando el dábamos la vuelta alrededor de la Plaza ¨Victoria¨ del pueblo, mi mamá, en mala hora se encaramó en la acera y se llevó por delante una parte de la reja circundante… Sudó profusamente y hasta lágrimas se asomaron a sus ojos chiquiticos y corrieron raudas por sus mejillas…

Y como sucede con algunas causas nobles, todo aquél énfasis por aprender a manejar quedó allí… ¡Ahhha! enterado mi padre, sin inmutarse ni llamarle la atención, se dirigió con la velocidad que imponen las causas nobles a la municipalidad para hacerse responsable por el estropicio y rehacer la reja… Nunca más se habló de aquel ingente deseo de mi madre , así como tampoco de aquella otra pretensión de aprender a tocar guitarra, la cual permanecía colgada  de un clavo en el cuarto de los corotos sin que nadie pudiera siquiera tocarla porque se enojaba…

Hay otro enigma envuelto en esta crónica… ¿Cómo obtuvo mi mamá en los Estados Unidos de Venezuela, Estado Carabobo, Presidencia, el Título definitivo de Chofer No. 10.823 como ¨Deportista¨ el 21 junio de 1944?

Mi mamá no jugaba picopico ni orillita, ni trompo ni metras, no apostaba a los caballos ni había jugado ¨gárgaro agachao¨, ¿cómo entonces endilgarle aquel epíteto de ¨deportista¨? Se me ocurre  que ciertas veces cuando se le recriminaba a alguien porqué fumaba o hacía una actividad sin sentido, el inerpelado decía excusandose de no ser un fumador adicto y exclamaba,¨Yo fumo por <espor, es decir, por deporte, ocasionalmente, de manera que mi mamá no manejaría por obligación o trabajo sino por <¨espor¨>.

Mi hermano  menor Aziz Efraín (†),  recuperó la libreta azul del título de chofer de tapa rígida, para que pudiéramos solazarnos con la rememoranza y escribir esta hermosa viñeta que honra y justifica a mi querida mamá en su afán por ser una choferesa…

El dicho, «Mujeres al volante, peligro constante», polémico refrán popular, parece que en su caso no fue tristemente cierto…