Presenciando al través de un televisor la extracción de las cataratas que el doctor Pereira ejecutaba a un familiar, una vez finalizada la intervención le dije en tono de sana ironía: ¨Guillermo, ¡qué fácil…!, esa cirugía hasta yo que no soy cirujano, podría hacerla …¨ Lo que quise decirle fue que tal era su proverbial maestría que cuando se movían sus dedos prodigiosos eran capaces de transformar una compleja intervención en un sencillo procedimiento… Ese rasgo es también propio de un maestro: hacer que las cosas complejas aparezcan simples, mágicas, y muchas veces ignoramos las horas de total dedicación y el esfuerzo cotidiano que ha conducido a esa destreza, a esa pericia, únicamente dimanada de la conciencia, del análisis de los errores y de la prudencia, de la sabiduría que surge con espontaneidad invitándonos a la excelencia, don único, adquirido cuando se es exigente y riguroso consigo mismo. Así, tan pausado y claro como hablaba en la conversación diaria o en la academia, tan limpias, magistrales y eficientes realizaba sus cirugías, y sus conversaciones eran veneros de conocimientos y experiencias listas para iluminar sin mezquindades las vidas de otros.Leer más