Elogio del etileno o la manzana podrida…

Nuestros recordados reverendos hermanos Gaspar y Leandro de las Escuelas Cristiana de La Salle de Valencia, eran sujetos de carácter muy fuerte e indoblegable; el uno de muy escasa estatura y el otro de temperamento castrense entrenaba a quienes desfilarían con motivo de las Bodas de Plata que entonces celebraba mi colegio en 1950. Retumba en mis oídos la seguidilla de su potente voz, «¡Un, dos, tres, cuá…! Un, dos, tres, cuá…!»…  Con justicia afirmamos que eran ellos una extensión de mi casa en eso de enseñarnos maneras de comportarnos, de ser buenos estudiantes y mejores amigos y ciudadanos. Reiteraban en que escogiéramos  con tino a nuestros amigos, no cualquier «bobito», sino aquellos que fueran decentes y leales, pues no había nada más efectivo para pudrir una manzana que una manzana podrida. La conseja popular sin tanto aspaviento, ya lo sabía y lo sabe desde antaño, aunque desconozca los intríngulis bioquímicos del porqué de su ocurrencia.Leer más

Elogio de Silverado… ¡Maduro, quienes van a morir te saludan!

 

A decir verdad, desconozco por qué le llaman así… No tiene mayores o casi ninguna pertenencia, solo su vida, su firmeza y su día a día; es latonero y el patio de su casa es suerte de taller compartido con un hermano mecánico. Son dos de los nueve hijos que tuvo misia Pancha, diabética ella y diabéticos tres de sus hijos también; la matrona y una de las hijas fallecidas. La doña murió a los 80 años, era el pilar, el sostén y guía de la familia donde como es usual el padre o padrote, fue inexistente. No obstante, les inculcó férreos principios morales, afán por el trabajo y aborrecimiento por extender la mano para pedir un favor…Leer más

Elogio del abandono… ¿ángeles caídos?

 

 

No hay peor vicio que ser deslenguado y para guinda, embustero, tracalero y mala gente. Eso de ofrecer redimir a los «niños de la calle» -endulzando el duro término por ¨niños en situación de calle¨– solo para ganar adhesiones, simpatías y votos, muestra el feo talante de un alma torva. En su entorno, la cuadrilla de hombres y mujeres soberbios y prostituidos no dicen la verdad, no guardan la palabra empeñada ni aquel juramento que avarientos e inicuos hicieron con su mano derecha sobre el corazón y mirando al cielo; por algo la traición es su sino…

Estos infantes medio vestidos son los sobrevivientes de aquellos otros niños muertos que riegan los jardines del cielo cuando la tasa de mortalidad infantil rebasó con creces la cota de la decencia; de aquellos para los cuales no hubo lactancia materna, ni protección para su desnudez sino cajas de cartón para acunarlos; que no tuvieron derechos y que bajo un régimen comunista nunca los tendrían; que según sus cánones no merecen la vida; que a tan tierna edad sintieron la desnutrición extrema de sus madres adolescentes y de ellos mismos; que fueron pasto de tantos Minotauros modernos comedores de vidas: tuberculosis, desnutrición obesa (kwashiorkor), infecciones de toda laya, el arador de la sarna y el piojo que mortifica, de esos infantes que no han sido rescatados o exculpados, sino que se les ha envilecido aún más; han crecido como yerba mala con el sino de una adversidad maligna, sin cuidados y sin contención; que han devenido en manadas de lobos hambrientos medrando por la ciudad robando y asesinando pues han visto sin horror los más terribles ejemplos, los más contagiosos vicios de aquellos ahítos de dólares, de aquellos caballeros, los paradigmas del poder sin medida.

Se han trocado en el «hombre nuevo» de la revolución bolivariana producto de una sociedad hecha rastrera: pletórico de fervor revolucionario, de ¨humanidad¨, de ¨amor¨, pero además,  flacos, entecos, macilentos, desvestidos, comedores de basura, de verbo enconoso, agresivo y destemplado siempre a flor de boca, huracanes portadores de odio social que ha desquiciado sus tiernas vidas y trocado su corazón en duro tejido tallado por privaciones y tristezas, con signos siniestros grabados en el aire pendiendo sobre sus cabezas…

Es el ¨hombre nuevo¨, el niño que tendríamos como tierno, el ciudadano en ciernes a quien se pregunta en las barriadas de Caracas, ¿Qué te gustaría ser cuando seas grande?  Y la respuesta clara, sin titubeos y sin lugar a dudas es, ¡Pran!, nombre que en nuestro país designa a los grandes jefes de las bandas criminales que operan en y desde las instituciones carcelarias bajo el amparo del Estado criminal, pero que también reina en las calles siendo responsables de 25.000 homicidios por año, víctimas con 30 o más impactos de bala en el cuerpo, 92% impunes, cuerno de caza que a gritos denuncia la complicidad y la tolerancia por parte de los órganos de seguridad del Estado que paga por sus armas y les suministra municiones.

Pero hay otros tipos de ¨nuevos hombres¨; un conocido mío del posgrado de medicina interna de la UCV, por quien profesé tanto afecto y enseñé cuanto sabía, durante su nefasto paso por la Oficina de Estudios para Graduados cometió traición a su Alma Mater y a sí mismo, y permitió que médicos de nuevo cuño, salidos nonatos de correas de producción en masa, recién egresados de la faltosa Universidad Bolivariana ingresaran directamente en los postgrados clínicos sin respetar las acordadas y necesarias prelaciones. Allí se palpa el producto de la alevosía: Hoy les vemos graduados, luciendo el despropósito de ser flamantes neonatólogos ¨express¨ aunque nunca fueron pediatras, un déjà vu de fracasados socialismos, tamaña injusticia para con los pobres y desheredados de toda posibilidad de ascenso en sus vidas, engendros que además, tienen a la Ministra Caporale como la «orgullosa madrina».  Por seguro que tú nunca hubieras permitido que uno de esos hubiera tratado un hijo o un nieto tuyo en situación de necesidad… Gracias a los que apoyas, en esa ¨potencia industrial¨ de mis tormentos, ha habido más de 4 mil neonatos muertos en hospitales venezolanos durante 2016.
Cuando llegue el momento no habrá escondrijo en la tierra ni guarida en el cielo para acallar los lamentos e impedir que la espada inflexible de San Miguel Arcángel sobaje a los ensoberbecidos como lo hizo con Luzbel

¿Es esta la patria que tenemos y de la que tanto se ufanan? Por cierto se nos ha desdibujado el concepto de patria. Una patria diseñada por un par de ancianos cubanos –ahora solo uno vive sus remordimientos- para vaciarnos las venas y vivir en nuestra propia tierra con dolor acumulado viendo tanta infamia, estela de tristeza e impunidad rampante, donde en el propio Banco Central se maquillan las ¨muchachitas del pueblo¨ para ser pasto de la vulgaridad y la lascivia…

¨La verdad y la confianza son el pegamento de la vida. Es el principio fundamental que sostiene todas las relaciones¨.

Stephen R. Covey

Elogio de la decepción…

Con eso y todo debemos ir a votar masivamente y con esperanza porque en la unión está la fuerza, y en la fuerza el triunfo, el pueblo va despertando de su letargo,

los días descuentan y los del infierno querrán tomar agua fría…

 

¡Déjenme que les cuente lo que le pasó a mi propia mamá…! No iba nunca al cine y eso que vivíamos al lado del Cine Camoruco en Valencia; mi padre había mandado a construir un largo banco donde sentados y desde el segundo piso podíamos solo ver las películas censura ¨A¨ que allí se proyectaban y no todos los días. Bueno… mochas, les faltaba el tercio de abajo pues el techo del vecino impedía ver la pantalla completa. Quizá por recomendación de una amiga, cierto día mi madre pareció haberse armado de valor y miró una sin percatarse de su censura proseguida no sé si de la letra ¨C-18¨ o ¨D-21¨, no apta para la mayoría de nosotros, sus hijos. En verdad no sé quién se la recomendó. Era estación de invierno y caían unos aguaceros que eran verdaderas tempestades con rayos, truenos y centellas, de esas que parecían anticipar un nuevo diluvio universal… Es historia contar que el cine tenía tres localidades palco en el segundo piso y patio y galería –o gallinero, como también se le llamaba- en la primera planta; esta última, en franca discriminación, estaba al descubierto; ambos ambientes separados apenas por una pequeña tapia quizá de metro y medio de altura, y así, cuando comenzaban a caer las primeras gotas de agua, un murmullo surgía creciente de la galería, luego tímidos gritos: ¡Patio! ¡Patio! ¡Patio!, y al fin un estruendoso clamor ¡Paaatio!, y toda aquella marejada humana saltaba la tapia trayendo incluidos sus violines sobacales, sus pies de atleta y su lenguaje de mabil, adueñándose de los puestos o quedándose de pie y obstruyendo la visibilidad de los demás asistentes que molestos, se marchaban…

¿Y qué motivó aquella decisión de mí mamá? Bueno, ver el estreno de la película «Santa» -por cierto la primera película mexicana sonora-, título que se le antojó sugestivo y atractivo y la que suponía le acercaría más a las creencias religiosas de sus mayores, quizá un deseo de reconciliarse con la iglesia católica uno de cuyos oficiantes la humillaría en público, porque para criar 9 hijos –yo incluido-, bregar en la casa, tener la mesa en su santo lugar y además coser ropa para la tienda de mi papá, había que tener disposición, voluntad y coraje pues la bonanza económica aún no había llegado a mi hogar…

Agustín Lara (1897-1970) famosísimo pianista y compositor mexicano escribió la música de la película «Santa», una mujer humilde y de una belleza extraordinaria que en los años 1930s vive en las afueras de Ciudad de México.  Protagonizada por Lupita Tovar, la bella mujer atrae las miradas de los hombres, y así ocurre con un soldado, Marcelino, que la engaña, la abandona y su propia familia la abomina. Para sobrevivir se ve obligada a emplearse en un prostíbulo, situación que la convierte en mujer cínica e infeliz. En el burdel se encuentra inmersa en un triángulo amoroso, ya que estando enamorada del torero Jarameño quien la desprecia, es además amada secretamente por Hipólito, el pianista ciego del lugar. Agustín le dedica estas estrofas:

 

 

En la eterna noche de mi desconsuelo
Tú has sido la estrella que alumbró mi cielo
Y yo he adivinado tu rara hermosura
Y has iluminado toda mi negrura

Santa, santa mía,
Mujer, que brilla en mi existencia
Santa, sé mi guía
En el triste calvario del vivir

Aparta de mi senda, todas las espinas
Calienta, con tus besos mi desilusión
Santa, santa mía
Alumbra con tu luz mi corazón

Bueno, podrán imaginar que no era lo que mi madre esperaba, así que con un dejo de vergüenza y percepción inminente de pecado, santiguándose, pronto abandonó el palco ¨privado¨ que teníamos en casa… y ese pecado, había que exorcizarlo mediante la confesión…

No era mi madre una católica muy ferviente y tan practicante que se dijera; es verdad, arrodillados a la vera de la cama, nos enseñó a rezar las oraciones corrientes de nuestra fe, el Padre Nuestro, el Ave María y el ¨Angelito de mi guarda, dulce compañía…¨, y era así, como comunicaciones celestiales no nos faltaban a la hora de dormir. Asistía los domingos a la misa de la Catedral de Valencia y le rezaba a su venerada Virgen del Socorro; en su seno cada semana se confesaba y comulgaba, y allí se dirigió presta a confesar un inocente pecado que a medias, había cometido con la vista… Ocurrióle que ese domingo al mediodía cuando la iglesia estaba atestada de feligreses, se acercó al confesionario donde se encontraba el Padre Acisclo Ramírez, gordito, no muy alto en estatura pero con cara y actitud de bulldog, siempre amarrada y disgustada, y hombre de expresiones muy crudas. Al preguntarle cuáles eran sus pecados, mi madre para comenzar le dijo,

¨Me acuso padre de que le digo diablo a mis hijos…¨. Una expresión que también había heredado de su llano inmenso y que siendo tantos hijos, no siempre dóciles u obedientes, propensos a las ¨diabluras¨, la aplicaba a discreción; pues bien, al oír semejante confesión y traicionando todo sentido común y secreto confesional, el Padre Ramírez enfurecido salió abruptamente del confesionario, elevando los brazos al cielo e implorando perdón para ella le gritó,

-¨¡Señora, usted se va a condenar…!¨

Toda la feligresía que atestaba las naves de la iglesia en aquel mediodía tórrido y sofocante, como en un juego de tenis, volteó al unísono a la derecha a ver quién era aquella inmunda pecadora, pensando en quien sabe cuál pecado acababa de confiarle mi madre. ¡Hágame usted el favor…!, mi mamá, con una vergüenza infinita y su blanca tez reverdecida, abandonó la iglesia abochornada y llegó a la casa llorando en forma inconsolable. Nunca más habría de volver a una iglesia como no fuera por una causa muy especial… ¡Tal había sido su decepción…!

Sí, mi madre había sido decepcionada de manos de un curita amarescente y áspero rescatado de la umbra de la inquisición, más cercano a la pira funeraria donde se inmolaban víctimas expiatorias cargadas con las culpas y pecados de todos para aplacar la cólera divina y librar de males a la humanidad, que de la humildad del papa Francisco, ¡vaya usted a saber por cuál motivo…!

¿Qué lecciones nos deja el papa Francisco, además de su humildad…? Perdón, perdón para las que abortan, perdón pero rigidez para los sacerdotes pederastas, perdón para los condenados a muerte; perdón para los que nos hacen sufrir, pero además, sin embargo nos deja en forma subliminal y especialmente a los jóvenes, el germen de la rebeldía y hasta Cuba ya será otra a pesar que habló de los males del capitalismo y se guardó –sus razones tendría- de mencionar ese cáncer social que es el comunismo y su vaho maligno…

¶ Cuando me gradué, pensé ilusoriamente que al cumplirse diez años de recibir mi flamante título de médico cirujano y al ritmo que estudiaba y atendía con seriedad más y más pacientes y acumulaba experiencias, sabría mucho y de muchas áreas de la medicina, ¡Oh decepción! Estaba casi en el mismo sitio de donde había partido; no sabía que la medicina era como el buen vino de solera que necesita de buenas uvas, y que el tiempo transcurrido es como él, pues es aquel más añejo y generoso que se destina para dar vigor al nuevo vino. Y heme aquí, 54 años después y parafraseando a Sócrates, «Solo sé que no sé nada». ¡Ah, ciencia dura! A diario me enfrento a un paciente que me desafía con su problema y apenas si un balbuceo diagnóstico sale de mi boca: He multiplicado mis saberes, es verdad, pero no hay final; cada ¨final¨ genera interrogantes, más preguntas y estas, nuevas

respuestas e interpretaciones, nuevos conocimientos que apabullan a los que ya sabía y hay que volver a comenzar, como en el mito de Sísifo, una y otra vez… Al madurar como médicos parece que nos hacemos más jóvenes y contestatarios, más anhelantes y agradecidos, más realistas y menos omnipotentes, pero más cercanos a la tarea de sufrir y de prepararnos para morir… Entre otras cosas, porque la medicina es terreno de incógnitas y coto de incertidumbres, porque no trata con síndromes, signos o síntomas particulares sino con seres humanos, cada uno único e irrepetible, con genes y biografías diferentes que en lo particular escapan de las estadísticas y su tabula rasa aplicada al humano heterogéneo, y en cuyo abultado diccionario, no existen las palabras nunca, siempre, todos o ninguno Es la empresa de la vida del médico, empinada y pedregosa montaña a remontar, una muy, pero muy llena de decepciones…

En el Hospital Vargas de Caracas: ¡Hecho en Revolución…!

¶ El Hospital Vargas de Caracas fue mi amor de juventud, y luego de 54 años aún sigue siéndolo. Quise dedicarme a él en cuerpo y alma, pero para mí fortuna, un médico bondadoso a quien no había pedido consejo, me sugirió de corazón que no lo hiciera, que compartiera el hospital con la medicina privada y adquiriera otras perspectivas e independencia económica, y así lo hice… Pude irme al exterior a ampliar mis horizontes, regresar y sembrar en sus ambientes el conocimiento adquirido, tener alumnos y formar escuela, un viejo anhelo…  El tiempo le dio la razón, en un país voluble y veleidoso los hospitales están sometidos a los avatares de la política y así, nunca han podido crecer y mantenerse como seres adultos, siempre mantenidos con migajas porque la salud no da votos. La dádiva es mala consejera, pudre las entrañas, aguachina las raíces y enflaquece el alma. La involución, especialmente en los últimos tres lustros ha sido su sino y observe simplemente sin juzgar en qué se han transformado: depósitos de injusticia social, porque todo lo que el comunismo toca, con saña y sin contemplación lo destruye y más cuando acompaña a una dictadura como la nuestra, esa a la cual teme la oposición y se cuida de no nombrarla como tal…, y no aceptándola, ¿cómo combatirla…? ¡Qué decepción de conductores, tres lustros hablando y no han aprendido nada…! ¡No han aprendido que dictadura comunista no va a las urnas, pero tiene preparadas las urnas para los opositores…! Con eso y todo debemos ir a votar masivamente y con esperanza porque en la unión está la fuerza, y en la fuerza el triunfo, el pueblo va despertando de su letargo, los días descuentan y los del infierno querrán tomar agua fría…

Los acontecimientos recientes ocurridos en nuestro afligido país es pan de cada día y conocidos por todos; como preví, la siniestra máquina, el garrote vil con el verdugo que la opera girando la manivela, sigue cercando y apretando la garganta de la nación y sus municipios fronterizos, promoviendo guerras inventadas, privándole de recursos de defensa y nosotros, sometidos a toda clase de humillaciones y privación de libertades… La respuesta es tímida y timorata ¡Oh decepción!

https://www.youtube.com/watch?v=hWsOP4LAQNw

«Supercalifragilísticoexpialidoso», en su versión del español, es una larga palabra de 32 letras y que como recordarán, es el título de una canción muy llamativa de una película salida del genio de Walt Disney (1901-1966), Mary Poppins (1964), una institutriz que tiene poderes mágicos y que, gracias a ellos, le enseñará a los niños valores espirituales muy importantes. La canción es una que nos viene al dedo, pues describe la forma milagrosa en la que uno puede salir airoso de situaciones difíciles e incluso, de cambiar la propia vida.

¡No, no más decepciones…!